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domingo, 14 de agosto de 2011

¡Magistral artículo de Carlos Federici sobre el genial... Bob Powell!

por Carlos M. Federici

Bob Powell: El genio sin cara

*Artículo reproducido con el permiso de su autor
          El estilo resultaba inconfundible. Un trazo vigoroso y dúctil a la vez; las composiciones, siempre un poco más audaces que las dibujadas por otros; los enfoques, sensiblemente más insólitos de lo habitual. Tratándose de figuras femeninas, conseguía opulentas amalgamas de Hayworth, Grable y Russell, de largas cabelleras, busto generoso y piernas bien torneadas. ¡Estimulante contraste respecto a los monstruos y trasgos que pululaban en sus páginas! Aunque, en honor a la verdad, debe reconocerse a éstos una extraña virtud: por vil o amenazador que fuese el ente de turno, se las arreglaba para retener cierta dosis de “simpa­tía”, que lo salvaba de integrar las filas de lo meramente repelente.
              Una notoria tendencia al humorismo, jamás del todo ausente en sus dibujos, y, en las ocasiones en que el tema así lo requería, incluso cierto vuelo poético de la línea, conferían a la obra de Bob Powell esa inefable cualidad personal que la hizo única entre todas.

              UNO DE ESOS “OLVIDADOS”. Pronto su firma, que comenzó a aparecer una que otra vez (caso excepcional en aquellos tiempos), se hizo familiar a sus lectores; en cambio, los estudiosos (que surgirían más adelante), inexplicablemente eligieron ignorarlo... Powell terminó siendo uno más de esos "Grandes Olvidados" que la injusticia humana, o algún inescrutable designio del destino, relega a una oscuridad incompatible con sus méritos.
Gelatina Morta1, uno de sus trabajos más impactantes, maduro ya su estilo. (Cuentos de Brujas # 9, junio de 1953; versión en castellano de Witches Tales, publicada en México por Editora de Periódicos “La Prensa”).

               Superada la crisis de los años sesenta, que estuvo a punto de aniquilarla (y de la cual logró emerger tan sólo con algún ligero roce en las orillas), la Historieta se halló de pronto convertida en foco de atención de la intelectualidad europea. Su tránsito por los augustos salones del Louvre, en 1967, le confirió respetabilidad; pero, en contrapartida, casi la precipitó a una sima aún más temible que la que terminaba de sortear. Ahora, en vez del hacha inflexible de la Censura, la amenazaba el frío escalpelo del Análisis Estético, fosilizante por antonomasia. No obstante, el cómic —sustentado, por lo visto, en raíces más vigorosas de lo que hubiese podido sospecharse— logró evadirse del perpetuo estatismo de la galerie, para retornar, quién sabe cómo, reverdecido, a la dinámica de las prensas.


Aunque es unánimemente preferido en temas de horror y misterio, para los que estaba especialmente dotado, el prolífico profesional que fue Bob Powell brilló en todos los géneros. (Carátula de Selva # 35, revista editada en México en setiembre de 1955.) Cabe acotar que el personaje de Cave Girl (homónimo del título original en inglés de la revista, que producía el sello Magazine Enterprises) recibe en la versión castellana el nombre de Sheena, posiblemente para establecer una continuidad con las historietas provenientes de la editora Fiction House, que aparecían en México bajo el mismo título de Selva.

           Al promediar los setenta se insinuaba ya el “coleccionismo”, que habría de imponerse en las dos décadas posteriores. Este fenómeno proveería a la industria de una base financiera menos endeble. Carecía de importancia el hecho de que la mayoría de las veces se compraran las revistas por mero afán especulativo, en vez de placer estético; lo positivo fue que las ventas se incrementaron.

           Comenzó, asimismo, a resultar redituable la edición de lujosos volúmenes relativos al tema, de preferencia profusamente ilustrados. El género mutaba, adaptándose.

           Pero, por entonces, Powell ya había fallecido. Para la generalidad de sus admiradores del Cono Sur, carecía de rostro, por no conocerse aún ninguna fotografía suya.

  
El innovador Will Eisner había ilustrado un relato desde el insólito punto de vista del interior de un cráneo, a través de los agujeros de los ojos. Powell intentó superar a su ilustre colega en Los Muertos que Andan, historieta publicada en el # 11 de Cuentos de Brujas (agosto de 1952): enfoca desde adentro de los ojos, pero no los representa como simples orificios, sino que reproduce con escalofriante detallismo su anatomía interna. [Se adjuntan las pp. 1 y 2 de la mencionada historieta.]


               LOS PRIMEROS DATOS. En la Encyclopedia of American Comics, de Ron Goulart, editada en 1990, figura, aunque sin fotos, un párrafo dedicado al Olvidado. Allí se consigna una dudosa fecha de nacimiento (1917?) y otra que marca el lamentable deceso: 1967. Y, además, una revelación: “Bob Powell” fue el nombre adoptado por Stanley Pulowsky (oriundo de Buffalo, Estado de Nueva York) con el comprensible propósito de evitarse escollos en la carrera profesional que tenía proyectado desarrollar en Manhattan, meca del cómic, donde se trasladó a fines de los años treinta.
            Dibujante tan rápido como emprendedor, sus cualidades lo convirtieron, muy pronto, en uno de los artistas más requeridos del medio. Llegó a incursionar virtualmente en todos los géneros que abarcaba su especialidad: una nómina exhaustiva de su obra, compilada por un aficionado, ocupó ocho páginas completas.

 En el # 20 de Cuentos de Brujas (mayo de 1953) encabeza el sumario la historieta Ello!, en la que se aprecia la habilidad de Powell para concebir criaturas amorfas y gelatinosas (como las que décadas después pulularían en las películas de horror “splatter” ). También se hace evidente la extraña cualidad de “simpatía” que contenían sus personajes, aun cuando resultasen ser los villanos de la historia. [Adj.: p. 2].

           Durante los primeros años de la década de 1940, Powell integró el equipo profesional del legendario creador de The Spirit, Will Eisner, una de las figuras consulares del cómic de todos los tiempos. Eisner expresó en reiteradas oportunidades su admiración ante el talento de Powell, a quien puso a prueba con una amplia galería de personajes, siempre magistralmente interpretados por el joven artista. Sin embargo, dado que en el ambiente solían utilizarse rimbombantes noms-de-plume, prevalecía siempre una suerte de anonimato general, por entonces típico de la industria. Pero no costaba demasiado reconocer la línea de Powell, quien por otra parte descollaba también como guionista, de manera que en su caso se operaba una sinergia más eficaz que la resultante de los trabajos compartidos.
           Después de la II Guerra Mundial —durante la cual cristalizó una gran aspiración suya, volar—, Powell, seguro de sus dotes profesionales, decidió organizar su propio taller. Rodeado de un puñado de selectos colaboradores, a quienes imbuyó de los secretos de su estilo, muy pronto estuvo surtiendo eficazmente a algunas de las mayores firmas editoriales del momento: Hillman, Fawcett, Atlas, Street & Smith y Harvey.


No menos celebrada fue la maestría de Powell en la ilustración de relatos policiales. Del # 4 de Acción Policíaca, revista distribuida entre públicos hispanoparlantes por Export Newspaper Service es esta página de Vigía en el Muelle, protagonizada y narrada por el personaje Mike Flynn. El material correspondía a la versión en castellano de I’m a Cop, publicación de Magazine Enterprises. A pesar de la calidad de guiones y dibujos, el comic book —de posible inspiración en la popular serie televisiva Dragnet, de Jack Webb  sólo duró tres números, todos traducidos al castellano.
           RETRATO DE UN COLEGA. Joe Simon, otro de los pilares del género durante la legendaria Golden Age, evocó así la personalidad de Bob Powell, a través del prisma de una afectuosa visión de amigo y colega:
En una profesión llena de gente excéntrica, Bob era un modelo de disciplina. Comenzaba su labor, sin falta, a las seis de 1a mañana, y finalizaba 1a jornada, indefectiblemente, a las dieciséis en punto. Se negaba a trabajar de madrugada (como lo hacíamos la mayoría) o en domingos y feriados, por principio...”
           En días laborables, Powell se encerraba con sus asistentes en el estudio, a piedra y lodo, y no había quien lo sacara de allí antes de las cuatro de la tarde. Disponía, incluso, de un parlante, por medio del cual se comunicaba con el exterior, sin necesidad de interrumpir su trabajo. Sus ganancias fueron considerables; su tren de vida, casi fastuoso.
(*) Una suerte de mentís: la Red, ese universo de proyecciones cuasi ilimitadas, ha proveído, al fin, una imagen de Powell, aunque éste, siempre reacio al lente, esté enfocado desde un ángulo poco favorable, que apenas consiente apreciar sus facciones. Se adjunta el documento gráfico, de procedencia ignota, a guisa de complemento —un sí es no es irónico— del texto que antecede. Allí vemos al maestro Eisner (izq.) impartiendo sus instrucciones a Nick Cardy (centro) y Bob Powell (der., con visera).
          

           LOS AÑOS DIFICILES. A fines de los años cincuenta se hizo evidente que la historieta ya no se vendía como en sus mejores tiempos. Powell inició entonces un negocio de “displays” para convenciones y exposiciones. Pero, a pesar de su profesionalismo y de la originalidad de los diseños, sencillamente no existía la suficiente demanda de trabajo como para permitirle continuar con el estilo de vida a que los emolumentos producidos por el cómic le tenían acostumbrado.
          En aquellos años difíciles —también los ültirnos de su vida—, Bob Powell resintió amargamente el colapso de tantas otrora poderosas editoriales, principal fuente de sus ingresos. Trabajó en arte comercial, aunque le resultó penoso adaptarse al estilo más “naturalista” que la especialidad exigía. “Por fin me las arreglé para dibujar como se me pedía”, reconoció cierta vez; “y conseguí hacerme de un buen pasar..., pero, ¡oh!, vaya si me acuerdo de aquellos tiempos de brega en que los directores de arte de las agencias publicitarias decían: "Muy bonito,... sí, muy bonito, señor Powell, pero... usted fue historietista, ¿no es verdad?”
Correspondió a su colega Will Eisner el proporcionar el remate, en carta personal a quien escribe, con fecha 18 de agosto de 1988: “...Bob Powell murió efectivamente hace algunos años..., de cáncer, según me dicen. Una gran pérdida..., era un excelente profesional...”




Y como no hay primera sin segunda, aquí vemos otra foto en la cual se ve mejor a Powell, acompañado esta vez de otros colegas.


               COLOFON. La ficha del artista queda, pues, casi completa, aunque su aspecto físico continúa sumido en el misterio para la mayoría. Will Eisner, Joe Simon, Bob Kane, y tantos otros (mencionados aquí o mundialmente conocidos por su obra) vieron su retrato difundido alguna vez, en algún lugar. De Powell, en cambio, no hay nada disponible, al parecer. Quizás existan fotos..., viejas instantáneas amarillentas, cuya imagen va diluyéndose bajo el esmeril del tiempo. Pero posiblemente no correspondan a Bob Powell, sino a aquel Stanley Pulowski, de Buffalo, Nueva York, que soñó con el éxito, gustó luego sus mieles bajo una identidad inventada y se desvaneció por fin, víctima del  inexorable fluir de la existencia. Mejor así, quizás, para que la fantasía del aficionado esté en libertad de forjarse una imagen a su capricho, criatura de los sueños de otros tiempos menos cínicos, inspirada por una obra singular, irrepetible y tan reacia a la clasificación del erudito como al olvido de su legión de incondicionales.


** Artículo publicado originalmente en la Tebeosfera.

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